Ma, pa… me aburro
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3 de abril de 20238M: Ciencia, maternidad y cristales rotos
Por Laura Toledo, directora nacional del Fondo Argentino Sectorial, Agencia I+D+i y vicepresidenta de la FAN (Fundación Argentina de Nanotecnología)
La ciencia lo afirma: el instinto maternal se puede medir.
Está comprobado, a través de distintos estudios, que los seres gestantes alcanzan niveles elevados de la hormona oxitocina una vez que su descendencia llega al mundo. Esa hormona es, precisamente, la que garantiza el instinto de atención cuando los recién nacidos lloran por hambre u otra necesidad.
Sin embargo, también hay experimentos que prueban que no sólo quienes dan a luz y amamantan desarrollan la química de la protección. En verdad, la oxitocina se genera igualmente -más temprano que tarde- en otras personas que atraviesan situaciones agradables, incluyendo al sexo masculino, y es, en efecto, una hormona fundamental en la construcción de los vínculos.
Esta demostración alcanzada por las neurociencias, complementaria a diversos estudios antropológicos, es simplemente un elemento más para derribar el postulado que supone a los cuidados reservados exclusivamente para las mujeres. Pues ese destino, presentado como mero designio de la naturaleza, no es más que otro constructo de la humanidad, que irradia sus intenciones y efectos de manera estructural.
Según el reporte “El costo de cuidar. Las brechas de género en la economía argentina. 1° trimestre de 2022”, publicado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, las mujeres dedican 6.5 horas semanales al trabajo doméstico no remunerado, mientras que los varones le dedican 3.7 horas a ese esfuerzo. El tiempo ocupado en las tareas cotidianas y de cuidado, es restado del tiempo de estudio, ocio, socialización y trabajo que componen la agenda adulta. El análisis, además, indica que las madres de niños menores de 6 años trabajan, en comparación con los padres, un 35% menos de horas. Y, para terminar de poner en relieve las desigualdades, el informe señala la “penalización por maternidad” del mercado laboral, visto que a igual nivel educativo y experiencia laboral, las madres perciben un ingreso por hora 33.7% menor que los padres.
El mundo del trabajo. Un mundo evidentemente complejo para las mujeres. Y el sector científico-tecnológico argentino, no es la excepción.
Según un informe del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación2, a pesar de que el 59.5% del total del personal académico son mujeres, sólo el 11.4% se encuentra en el rango más alto de la carrera. Por su parte, del 40.5% de investigadores varones, el 17.5% llega a los cargos superiores. Estos números evidencian que, a pesar de su inclusión masiva en el ámbito científico, ellas tienen menos posibilidades que ellos de acceder a los espacios de dirección y toma de decisiones. A esa limitación se la define como techo de cristal. Una barrera invisible, pero real, para el crecimiento profesional de las mujeres en el campo de la ciencia y en cualquier otra especialidad o ámbito de trabajo.
Las brechas existen y su reducción implica diseñar e implementar acciones enfocadas y concretas.
En primer lugar, es necesario dedicar recursos a identificar el problema, abordarlo metodológicamente y dar visibilidad a diversas realidades. Usar el poder del conocimiento académico para complementar los reportes elaborados por las distintas áreas de gobierno, el sector privado y el tercer sector, es una gran oportunidad. La Agencia I+D+i, por ejemplo, promociona Proyectos de Investigación en Ciencia y Tecnología Orientados a Género. A través de esa convocatoria se financian iniciativas que abordan la perspectiva inclusiva y de equidad en términos de salud y sexualidad, justicia y prácticas institucionales, trabajo, economía social y tecnologías, ciencia, educación y producción de conocimientos, territorio, ambiente y procesos de urbanización.
En segundo lugar, es imprescindible garantizar el goce de los derechos adquiridos. Derechos como el acceso a la educación pública y gratuita en todos los niveles. Derechos afianzados en leyes que permiten elegir cuándo gestar, optar por el parto humanizado y el respeto por la lactancia. Imprescindibles como la cobertura, de parte del empleador, de servicios de guardería, asistencia y cuidado de personas. La ampliación de días de licencia por paternidad. La puesta en práctica de la recientemente sancionada Ley de Plan de Pago de Deuda Previsional, un instrumento valioso para ayudar a miles de amas de casa a acceder a una jubilación. Todos estos derechos conquistados, entre otros más.
Y como tercer pilar, es esencial seguir construyendo el consenso condensado en políticas públicas indispensables para incluir, para acortar distancias. Para garantizar espacios libres de violencia y dispositivos que protejan frente a ella.
Es necesario alzar la voz, de manera coordinada y colectiva. Una voz como la de aquellas que lucharon por condiciones de trabajo más justas, en marzo de 1908, una voz como la de aquellas que reclamaron el derecho al voto y a la formación profesional desde la segunda mitad del siglo XIX. Una voz potente, que siga luchando por esas demandas, que aún hoy persisten. Una voz que, con su solo sonido, rompa el techo de cristal, sin importar cuán grueso sea ni cuán alto esté.